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domingo, 6 de noviembre de 2016

TRAS LAS IMPERFECCIONES DE LA VIDA



En una de esas mañana soleadas de Mayo, mientras esperaba sentado en el escritorio de aquella oficina de un colegio del estado, en un refundido y olvidado municipio de nuestro país, haciendo revisión a las teorías, los conocimientos adquiridos y todo cuanto pudiera aplicar en el contexto en el que me iniciaba como profesional en psicología, se cruzaban por mi mente los recuerdos de una niña que la semana anterior había llegado voluntariamente a consulta; era una pequeña de 12 años, introvertida, tímida y pensativa, parece que le temía al mundo y que desconfiaba de todo; pero allí había llegado a sentarse en aquella silla frente a mí, para decir que ya no quería vivir con su mamá y el padrastro.  Podría haber sido un caso más de rebeldía, típicos de la adolescencia, ¡pero no! había algo en su mirada, había algo que ocultaba en su tierna cara de inocencia con pequeños rastros de tristeza, había algo tras su sonrisa disimulada; era la primera vez que hablaba con ella, una niña común que pasaba desapercibida entre su grupo de compañeros. Sus palabras, fueron aflorando con dificultad, su rostro permanecía hacia abajo la mayor parte del tiempo y su mirada era desviada, perdida… el susurro de su voz era apreciable con dificultad y aquello que comentaba apenas si mostraba unos superficiales síntomas de su realidad.  


Así fue como esa mañana en que mis pensamientos me hicieron perder de la realidad y ocupaban mi tiempo, decidí levantarme de ese asiento para dirigirme al salón donde debía encontrar a esa niña, sentí la necesidad de atender su caso con inmediatez y ayudarle a encontrar una solución a su tristeza.  Al llegar al salón, la docente me dijo que ella no estaba, se encontraba con su madre en la coordinación, pero no me dio más información. Imaginé que habría ocurrido algo, quizás le habrían llamado a la mamá para que respondiera por algún inconveniente que había tenido, no quería pensar que algo muy grave pudiera haber sucedido; me dirigí directo a la coordinación, sentía la necesidad de saber lo que ocurría, mientras cruzaba el patio del establecimiento, me encontré con una profesora cuya labor me permitiría enterarme de la situación; al preguntar por ella, su rostro se tornó angustiado y me dijo que salían a reportar el problema a las autoridades, que la niña había confesado que era un caso de abuso sexual desde hace 3 años, por parte de su padrastro; me pidió formalmente que les acompañara. Yo había quedado sorprendido, no era claro para mí lo que sucedía, casi que no le daba crédito a lo que había escuchado. Más pensativo de lo que ya estaba esa mañana, me dirigí al parqueadero, donde me indicaron que estaba el auto en que la niña sería llevada, caminaba sin orientación definida, ni mis pensamientos eran definidos.

A lo lejos divisé a uno de los coordinadores, estaba parado frente a su carro, hablando por su móvil, al llegar me dirigió su mirada para saludarme y sentí en sus ojos algo de incomodidad, como quien no sabe explicar con palabras sus sentimientos, yo le respondí de la misma manera con una mirada; en ese instante descubrí que la niña se encontraba en el auto, sentada solitaria en el asiento del copiloto, yo abrí la puerta trasera y me asomé para verla, allí estaba postrada en esa silla, sus ojos llorosos se cruzaron con los míos y vi una honda tristeza en su mirada que me dejó helado. No pude ni saludarla. Ingresé al auto y me acomodé detrás de ella y no fui capaz de decir ni media palabra, estaba confundido, atónito, estupefacto y absorto en mi revuelto de pensamientos, que le daban vueltas al mundo de mis ideas para tratar de discernir aquella situación tan agobiante en la que aquella niña se consumía, en las imperfecciones de esta dolorosa vida. Luego de unos minutos, las personas a quienes esperábamos llegaron y nos fuimos rumbo a la comisaría, en un terrible silencio; sin embargo, nada sería más espantoso que ver el dolor de su madre cuando tuvieron que exponer el tema a las autoridades del municipio, enfrentar esa realidad tan cruda al lado de su pequeña hija, era como saborear la desgracia al verla directamente a los ojos. Juntas se abrazaron y lloraron desconsoladas, era inevitable que la gente fuera de la oficina se enterara de lo ocurrido, más aún cuando otros familiares acudieron angustiados y enojados para enterarse de la situación. La escena no podía ser más macabra, las palabras me las ahogaba el llanto, que se había transformado en un nudo en mi garganta, no sabía que podría decir para consolarlas y hacer menos tortuoso el instante, quería permanecer lo más sensato posible para evitar que las personas que se encontraban en esa habitación perdieran el control; pero ya todo se había descontrolado, madre e hija en medio de todo, abrazadas y llorando inconsolablemente, solo eran una pequeña muestra de lo que el mundo oculta en las sombras.

Tuve que salir de allí, me ardía el alma y en el estómago se me revolcaba una clase de odio por la especie humana, por la desagradable idea de que alguien pudiera atentar contra la inocencia de una niña. Ya en la calle, las lágrimas fueron inevitables, no pude ocultar mi sentimiento; la rabia, la tristeza, el dolor y todas las revueltas sensaciones del momento fueron tan fuertes, que solo podían ser comparados con un sentimiento que se había hecho presente tan solo unos minutos antes, aportando su cuota de misterio a esa mañana.


Antes de salir para la comisaría, cuando a la salida del colegio, apenas había entrado al auto en que estaba la niña, nos encontrábamos sentados, ella en la parte delantera, yo detrás de ella, ella sollozando, yo intentando no llorar; esperábamos silenciosos la llegada de su madre y el resto de personas con quien viajaríamos en el auto. Solo ella y yo, metidos en ese carro éramos simplemente parte muda de la escena, cuando de pronto, del costado derecho del carro, en las ventanas de otro auto que se encontraba aparcado justo a lado, revoloteaba un colibrí adornado con tonos verdes y azules, batiendo velozmente sus alas en el aire, haciendo justo lo que sabe hacer y mientras volaba, se fue en dirección al auto en que estábamos, precisamente frente a la ventana de ella, yo seguí con mi mirada toda la secuencia. Vi cómo la niña volteó la mirada, alertada por la presencia de la pequeña ave que se le acercaba suspendida en el viento; se posó frente a ella, directo a su mirada, en aquellos ojos llenitos de lágrimas, que escurrían por su mejilla, quedando frente a frente en ese pequeño instante en que me pareció curiosamente que se detenía el tiempo. La niña sonrió. Al siguiente instante el colibrí se dirigió a mí, quedando frente a mis ojos a través de los cristales del auto, fijamente ininterrumpido, constante, inmutable, con su diminuto cuerpo detenido entre el perdurable batir de sus alas; sentí algo extraño e inexplicable, como si quisiera decirme algo, darme una señal o hablarme, no sé si a mí, a ella o a los dos; porque solo ella y yo divisamos el hecho.

Fue un insólito contraste su aparición y belleza, en medio de aquel momento de dolor que compartíamos unidos tan solo por esos bellos segundos de exposición divina ante nuestros mortales ojos e incomprensibles ideas, carentes de conciencia, pureza, dulzura y demás. Extasiados sin saber que ese relámpago de tiempo pudo ser un mensaje de algo que no supe describir, ese algo que podría ser o no ser, quizás una caricia al dolor de su inocencia marchita por la maldad, quizás un respiro infinito de sabiduría que vendría a decirnos que hay algo más, a pesar del sufrimiento, quizás un reposo de ese mundo doloroso que absorbe tantas dolencias y deseó vernos descansar, o quizás tan solo el vuelo de un pájaro que vimos por casualidad. No lo supe, pero sé que algo significó ese infinito instante de aleteo que nos sacó del sufrimiento por un par de segundos, distrayendo nuestra mente con algo tan simple, sencillo, fugaz y perfecto como el aleteo de un pequeño colibrí, tras las imperfecciones de la vida.


Ps. Juan Pablo Díaz.

#PsJuanPabloD



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2 comentarios:

  1. Un hecho muy lamentable, el pan de cada día, este es uno de los cientos de casos de niños y niñas abusados por el más cercano de su hogar, sitio de amor y protección. Dura historia narrada hermosamente en medio de un regalo de Dios, para consuelo del profesional y la pequeña, que por un instante los sustrajo de una triste realidad. Feliz Día Colega. Bendiciones.

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  2. Luz Miriam, muchas gracias por tu valiosa apreciación, realmente como profesionales en esta área, debemos enfrentar situaciones que son dolorosas, pero que nos permiten encontrar nuestro valor interior y explorar caminos donde brota la compasión que se requiere para un mundo mejor. Un gran saludo para ti!

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